Crímenes y quebrantos

El crimen de Cella

Autor: Javier de León V.

Foto: Wikipedia

El crimen de Cella

Reaparecido el Pastor Grimaldos, en la primavera de 1926, las noticias de errores judiciales recorren las páginas de los periódicos, discutiendo qué si los Tribunales de derecho, qué si los Tribunales por Jurado, la Ley, los procedimientos. De entre todos uno de aquellos sucesos llama la atención, por ser primo hermano del ínclito Crimen de Cuenca en su desarrollo, y que, por omisión, es totalmente desconocido para la historia.

Ocurrió en la localidad turolense de Cella. Una noche de octubre de 1904, el mozo Pedro Soriano, que prestaba servicios en la denominada Venta de Aquero, fue enviado por sus amos a comprar unos kilos de tocino. Se le vio entrar con unos amigos en casa de Manuel Sánchez Montalor, donde debía comprar el suculento manjar y, de paso, chatear e intercambiar unas historias con el propietario del local y otros transeúntes del pueblo, para lo que empleó un par de horas. Después, nada más se supo de su paradero.

Por Cella corrióse el rumor de que Montalor y su esposa le habían dado muerte, quemándole luego en el horno de la casona. ¿Causas? El desaparecido se había comido con los otros mozos y Montalor el tocino que sus amos le ordenaron que comparase. Previendo una reprimenda reclamó a Montalor el importe de la grasienta vianda. El requerido se negó. Disputaron, y Montalor, ayudado por su esposa, asesinó a Soriano.

Un cierto mendigo, al que el presunto asesino daba asilo en el pajar, llegó a decir que aquella noche oyó ruido de lucha y sordos gemidos.

Fue cerrado el horno de Montalor, al que se detuvo, como también a su mujer. Se dictaron los dos autos de prisión y procesamiento. Hubo declaraciones fantásticas, muy comprometedoras, de diversos testigos. Pero un buen día, encarcelados Montalor y su desventurada cónyuge, a escasos días del comienzo del juicio oral ante la Audiencia Provincial, reapareció en el pueblo el desaparecido Soriano. Imagínense los ánimos de los lugareños y el tumulto que la noticia causó.

En este caso no fue un barrunto, como el de Grimaldos, el que le indujo a huir de su pueblo. Efectivamente, se había gastado el dinero que sus patronos le dieron para comprar tocino, y amedrentado escapó. Estuvo en Mure, Camporrobles y Utiel. En Valencia tropezóse con unos hombres, que venían de Cella, y que le relataron lo que allí pasaba. No sé nada de eso, repuso evasivo…

Hay quien afirma que Soriano llegó a escribir una carta a su pueblo. Pero la persona que la recibió callaba, timorata, rehuyendo el verse envuelta en los rollos de un sumario o bajo la fuerza de un vecindario que exigía, primero un delito, y después, unos culpables…

Que tendrán las tierras valencianas, Utiel y Camporrobles, que atraen tanto desaparecido, ¿no serán tierras de ánimas? Quizás sea por el buen vino. Son muchas las coincidencias con el caso Grimaldos, que hasta celda con título tenían, que debió de ser común en la época, o quizás simplemente heredadas de tiempos más oscuros y de costumbres más arcanas. Así lo expresó el médico del pueblo, el doctor Ariño, sorteando los baches del camino:

Fíjese usted en que existen muchos puntos análogos entre este suceso y el de Osa de la Vega. La víctima es un medio bobo, que al desaparecer, se refugia en Mira (Cuenca), Camporrobles, Utiel… lo mismo que Grimaldos; que un juez no advierte fundamentos de causa y pone en libertad, y otro, por el contrario, procesa; que la víctima es quemada también, y para final, un cura deshace el terrible error existente…

El resultado, igual de trágico, en palabras de Montalor: Se cerró el horno; nos abrumó con tantas declaraciones la Guardia civil, algunas de las cuales duraban seis horas, y al fin se nos detuvo; pero como el juez, que lo era aquí D. Cristóbal García, y secretario D. Miguel Iranzo no encontraran nada punible en nuestra conducta, nos puso en libertad. Fue peor, vino el juez de instrucción de Albarracín y vino toda la Guardia civil de los pueblos inmediatos; y después de declarar nosotros mucho rato, muchísimo rato, nos procesaron y atadicos nos llevaron a la cárcel de Albarracín, no sin antes, todo el pueblo reunido en la plaza, oír de este todo género de insultos y amenazas…

Los hechos de la fantasía, pues con los antecedentes que había y los “se dice”, “han dicho”, “creen”, etcétera, etc… todo era un trinar, pero pruebas, ninguna. Ahora, que nadie se atrevía a contradecir a los que aseguraban que “se decía”… el remedio era callar y con diplomacia quitar leña de la hoguera. Estos infelices estuvieron unos cuantos meses en la cárcel, hasta que Manuel, por fin, cantó. Declararon infinitos testigos que nada vieron y lo vieron todo, y al cabo del tiempo, cuando la causa se iba a ver en la Audiencia, entonces “resucitó el muerto”, se presentó en Cella y el párroco solícito y entendedor del asunto le mandó detener y dio cuenta a las autoridades, que inmediatamente pusieron en libertad al desgraciado matrimonio.

Cuando se supo que el matrimonio se hallaba en libertad se organizó una rondalla para salir a esperarle, y aun cuando no faltaban los que todavía seguían negando que Pedro Soriano vivía, aunque lo estaban viendo, se le hizo al matrimonio un recibimiento entusiasta y solemne por los que siete meses antes pedían sus cabezas. También se llevó a cabo en Cella una cuestación a favor de los “asesinos” y con cuatro ochavos se reivindicó y se indemnizó a ese honrado matrimonio que vivió muy humildemente, en el pueblo de Cella hasta el final de sus días.

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