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El gobernador-escribano

Me gusta la palabra de marras: gobernador. Tiene sabor añejo, de siglos. Gobernar es un verbo que en su origen alude a pilotar una nave, llevar un timón. El gobernador siempre ha sido históricamente un puesto de la administración en nombre de una autoridad superior: así fueron los gobernadores de las provincias romanas, los gobernadores de las Indias, empezando por Colón…autoridades delegadas de la metrópoli.

Gobernador, pues, parece hoy una excepción que ha resistido, que se ha escabullido de todas las estultas actualizaciones progreguays de nomenclatura político-administrativa. Una de nuestras chorradas favoritas de las últimas décadas son las variaciones lingüísticas, con eufemismos y de adaptaciones cursis; nos gusta cambiar un nombre por otro, cambiar por cambiar, generalmente alargándolo con perífrasis, simplemente por parecer más moderno, menos tradicional -y por ende- menos sospechoso de algún pecado original conservador. Nos mola cambiar la terminología, cambiar los membretes y complicar sin necesidad, porque la permanencia de la nomenclatura y los conceptos tradicionales no son una opción; y sobretodo, porque ser iconoclasta es avanzar. El pecado progresista es un mucho también de terminología y neologismo, una batalla lingüística. Pocas palabras más bellas que llamarse gobernador; no me lavo las manos como aquel gobernador de Judea.

De hecho, seguro que muchos creen por ejemplo que el término gobernador civil, es una figura de la administración franquista, pero sin embargo, procede de 1824, hasta que en 1997 se pasó a llamar subdelegado del gobierno, constituyendo un brillante avance que simplificó la atención al ciudadano, todo un hito del administrativismo español, un paso de gigante, ¡dónde va a parar! Así también el añejo ministerio de Gobernación no era el lúgubre nombre de la dictadura, sino que existió como tal desde las Cortes de Cádiz hasta 1977, en que lo redenominamos de ministerio del Interior, otro hito de singular trascendencia en nuestro día a día.  Por contra, cuando vinieron mal dadas y la segunda oleada COVID emergía en 2020, nuestro presidente pidió ayuda a las regiones, y dadivoso les hizo participar en lo que pedantemente llamó cogobernanza.

Me gusta que hoy quede aún el término gobernador de algo en España. Yo imagino al nuevo gobernador del banco de España con ilustre uniforme, un sable y un sombrero distinguido incluso con alguna pluma. También le fueron a vestir así a Sancho Panza para hacerlo gobernador de la ínsula Barataria: “Vístanme -dijo Sancho- como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza”.

El presidente ha nombrado gobernador del Banco de España, un puesto muy trascendente de un órgano técnico e independiente (risas) a un ministro en ejercicio, el ministro Escrivá. No quieren un gobernador obviamente, quieren un escribano dócil que copie al dictado.  Al gobernador-escribano le ha nombrado un superior, con otra palabra, que nos vino de las Antillas y tiene nombre de marca de ron: Cacique. Pues eso, Sánchez ha hecho una cacicada más, el rey de las puertas giratorias. Cacique: Persona que en una colectividad o grupo ejerce un poder abusivo, RAE dixit. Muy caribeño y bananero en estos tiempos que corren de desgobierno.

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