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Fetos binarios

Esta próxima primavera cumpliré veinticinco años de ginecólogo, dedicado mayoritariamente a la medicina maternofetal. Pocos lugares como el ejercicio del cuidado de las madres y los fetos para constatar lo que la sociedad cree (“las ideas se tienen; en las creencias se está”, Ortegadixit) sobre la vida humana. Las agendas globalistas de política de salud sexual y reproductiva insisten machaconamente en planteamientos no binarios de biología, una sexualidad expresada en términos de porcentaje como si fuera el cacao del chocolate negro (72%, 85%, 99%). En vez de realizar una refutación intelectual prefiero hoy contarles hechos (“dato mata relato”) y hacerles de notario desde la atalaya de la consulta médica.

La madre y el padre de cada ser humano viniente -eso que llamamos embrión y feto-, preguntan de manera persistente y reiterada, tenaz e incesante en cada exploración ecográfica: ¿Es niño o niña? ¿Se ve lo que es?  Preguntan: ¿qué es? (sic). ¿Cómo preguntan “qué es” ?; ¿acaso no saben que se trata de un bebé, una vida intrauterina? Eso lo saben, no tienen duda ninguna de que es su hijo, que es humano y que continuará esa misma vida tras el nacimiento si nada le sucede ni nadie se lo impide. Lo que quieren conocer y preguntan de manera insistentemente reiterativa es la variedad humana, porque no hay una vida humana abstracta, amorfa o neutra sexualmente, sino que la vida humana se desarrolla como mujer o varón; la condición humana es sexuada. La pregunta que escucho es realizada de modo indubitadamente binario, y busca confirmación a lo largo de todo el embarazo exigiendo una respuesta por parte del profesional de la medicina en ese sentido.

La consulta del ginecólogo/obstetra es pues un lugar donde se tocan de manera cristalina verdades humanas grabadas en nuestro interior por el creador, mucho más fuertes que la coyuntura de las agendas veintetreintas. El feto, el ser humano intrauterino, es rabiosamente binario y como tal es confesado por las embarazadas y sus familias en cada visita. “Necesito saberlo para ver qué nombre le vamos a poner, tenemos pensado uno para niño y otro para niña; nos hace más ilusión que sea niña que niño o quizá al revés; pienso e imagino su relación como niño o niña con sus hermanas o hermanos (ya nacidos) …” No les resulta irrelevante en absoluto. 

No estoy contándoles pues hoy mi opinión; se trata de un hecho, una confesión diaria de las embarazadas y sus familias sea cual sea su ideología, edad, raza oreligión; es algo transversal, universal, por tanto, no ideológico, sino humano: saber si nacerá un niño o una niña. La embarazada no pregunta las dimensiones de la pelvis renal fetal, o el diámetro transverso cerebeloso, aunque también son explorados. La gestante quiere saber si su bebé es presuntamente sano, si hay alguna enfermedad fetal visible, pero además desea perentoriamente conocer el sexo fetal; así puede personalizarlo, ponerle nombre, y establecer una relación. Ya no será un qué, sino un quién; en eso consiste ponerle nombre. De hecho, en los últimos años se está implantando la costumbre norteamericana llamada  baby shower; se trata de una especie de fiesta de bienvenida a la embarazada donde también suele realizarse la revelación del sexo fetal a la embarazada. Me resulta una liturgia extraña por ajena a nuestras tradiciones, pero curiosa por el énfasis en la emoción de conocer ese día el sexo fetal.

Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo, era una triada, quizá anticuada, de las cosas importantes para hacer en la vida según aquel poeta. A veces pareciera hoy que tener un gato, regar una maceta ecosostenible y leer chatGPT fuera la actualización low-cost y menos exigente de aquellos ideales. En todo caso, no tengo dudas de que ser padres y madres resulta ser un hecho mayor y mejor que la creación de la más gigante obra literaria; no hay Quijote ni Hamlet que supere al último feto del lugar más remoto de la tierra. Quien salva una vida, salva al universo entero.

Juan M. Uriarte

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