Inevitable e imprevisible
(…)
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles,
amorosas crueldades.
(…)
de un poema de Gabriel Celaya
//
Hoy es día de Todos los Santos. Mañana es día de difuntos. Estas semanas previas estaba viendo menos ambiente de Halloween de lo habitual. Me sorprendía agradablemente: menos ridículas calabazas, menos vampiros, menos absurdos disfraces sanguinarios… Detesto este ritual de Halloween. Me estaba confiando, mira por dónde. Mira por dónde la muerte y su guadaña han aparecido de manera traicionera. Me rebelo ante ese ridícula liturgia lúdico-necrófila del Halloween, me indigna. No me gusta bromear con la muerte. La muerte. La muerte, tránsito inevitable; muchas veces retrasable por medio de la ciencia médica que te da prórrogas mediante la terapéutica farmacológica, la cirugía, la transfusión; la muerte, retrasable con la prevención, la buena alimentación, las buenas costumbres, el deporte. La muerte, prevenible a veces, predecible en ocasiones, mas inevitable, inexorable siempre al final. Nada más humano que su existencia y a la vez nada más nuestro que resistirnos a la posibilidad de ser aniquilado. Morirse y desaparecer no es una opción. “No perdono a la muerte enamorada”, decía el poeta oriolano.
En investigación biomédica existe un ámbito apasionante que son los biomarcadores en la predicción de enfermedades. Saber quién tiene más riesgo de enfermar, o de manera más grave. Diagnosticar antes y saber mejor el pronóstico, pues encogerse de hombros y considerar las enfermedades o la muerte como azares y fatalidad de los hados forma parte de un enfoque precientifico, previo al análisis racional.
Los juristas en cambio, más pragmáticos y quizá resignados han contemplado en el código civil los casos fortuitos y los de fuerza mayor para aludir a eventos de naturaleza imprevisible e inevitable, que justifican incumplir una obligación. Fuerza mayor. Imprevisible, impredecible, inevitable. No hay responsabilidad ante ellos.
¿Ha sido inevitable e imprevisible esta DANA que ha arrasado el levante español? Resulta difícil pensar que no se hubiera podido atenuar con mejor predicción, pero lo desconozco. ¿No se pudo realizar mejor? ¿No hubo cierta pasividad? Difícil aceptar el sorteo de la muerte cercana. Decir que se hizo todo lo posible es siempre insuficiente respuesta para el que está frente un cadáver.
El poema de Machado en el entierro de un amigo:
“Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne, en el silencio.
Un golpe de ataúd en tierra es algo
perfectamente serio.”
Ahora tenemos a los periodistas y políticos arrimando ascuas a sus sardinas electorales en lucha cainita. Es deplorable cuando escuchamos serenatas arrojadizas entre administraciones. ¿La culpa fue del chachachá ?; es algo muy triste ver a políticos con sus periodistas de pesebre sumergidos -stricto sensu- en sus cofradías del santo reproche.
Trincheras de lodo. Trincheras de bajeza moral, resistentes a cogobernar en este estado autonómico fallido, que es evidente que, ante las catástrofes, ante los eventos de fuerza mayor no da la talla, llámese crisis COVID, llámese DANA de Valencia. Máquinas del fango necesarias, máquinas para retirar fango y lodo, barro y lágrimas, lodo físico y barro dialéctico. Ver a las administraciones discutir si son galgos o podencos con desdén, sin apresurarse, dando pasos lentos, burocráticos, calculados mirando al tendido porque los gobiernos son de distinto signo político, es desolador. Eso sí que es fango para el alma, desolación como Job: me arroja en el lodo, parezco polvo y ceniza.
Mucho dolor, miedo, tormenta, rayo que no cesa, lágrimas y muerte. ¿Por qué aparece la muerte tan callada, tan cabrona, segando vidas de niños, de ancianos inválidos?; ¿por qué ese agua amiga compañera nuestra desde que éramos fetos, nos ha hecho esto? Ese agua que lava nuestros campos, cuerpos y almas, se torna feroz, y nos anega campos, respiración, vidas, pulmones, y casas? ¿Qué somos nosotros sin el aire que exigimos trece veces por minuto?
Se me acaban las palabras, toda palabra suena hueca y ornamental, “ Nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno”. Mañana día de difuntos, recuerdos, tristeza, pero también esperanza y sabiduría para saber vivir lo que nos toque. “Cuando cumpla cincuenta años me retiraré para descansar, afirmas. ¿Quién te garantiza una vida tan larga?”, decía Séneca en su Brevedad de la vida
Juan M. Uriarte