Inmolarse

Me resulta inquietante la personalidad de García Ortiz, me parece digna del mejor teatro griego de Sófocles. A su pelo rizado le acompañaría bien una túnica, en el drama shakesperiano de Julio César, no sé qué indigno personaje interpretaría. Me pone un poco nervioso la sonrisa forzada y casi permanente de nuestro imputado fiscal (valga el oxímoron), esa extremosa cortesía suya tan sobreactuada. Don Álvaro el sonriente tiene la cortesía del cínico, el refinamiento del inicuo. Cumple a la perfección el dicho: “No tiene ni una palabra mala ni una buena acción”.
¡Cómo será don Álvaro García Ortiz que casi nos ha hecho olvidar a su mentora, la ínclita Dolores Delgado! Doña Lola, señora de Baltasar Garzón, matrimonio de entrambos juristas con sonadas pérdidas de nombramientos por hacer sayos de sus capas. De casta le viene al galgo. Delgado dejó a Álvaro como sucesor y éste a su vez la nombró fiscal de Sala de manera irregular según sentenció el TS. Álvaro y Lola, fiscales ejemplares. Pero Álvaro sonríe mejor, esa sonrisa insípida, sonrisa de foto carnet.
No alcanzo sin embargo a comprender la ratonera en la que este hombre, se supone que inteligente y bien preparado, se ha metido: Esa pérdida de dignidad, la humedad nocturna de sus wasaps y llamadas telefónicas en los idus de marzo pasado; aquellas excitadas órdenes imperativas a subordinados para ganar relatos, perder vergüenzas y lograr ser Galindo “un admirador, un esclavo, un siervo”.
Le he dado vueltas y sólo encuentro un motivo a su contumacia: Inmolarse. Una íntima satisfacción, un onanismo de sumiso que cree servir a una nobilísima causa. Inmolarse, sí; destrozar su trayectoria, arruinar su vida por un ideal progre: el ayusicidio político. Inmolarse en una de las acepciones del DRAE resulta ser “sacrificar algo en honor de la divinidad”. La divinidad todos sabemos que se corresponde con Su Sanchidad, la aclaración es superflua.
Afirma la fundación fundéuRAE que el verbo reflexivo inmolarse refleja una acción individual que no conllevaría provocar daño o dolor a terceros; pero Ortiz busca una inmolación con daños, para salvar al habitante de Moncloa y dañar política y electoralmente a la inquilina de la Puerta del Sol, aunque para ello tenga que pasarse la legalidad por la bisectriz del ángulo perineal. La conducta del fiscal acusado es un puro engranaje más del aparato coercitivo. Este caso de obsesión ayusofóbica se suma a otros (Pablo Casado, Pablo Iglesias) que no acabaron bien para los finados. En esta obsesión febril, se intuye ya que García Ortiz es el penúltimo que va a caer.
“- ¿Quién te ha filtrado eso?” (Eso está mal, es contrario a la ley y al procedimiento.) “-Eso no importa”. (Doy la vida por algo superior, me quemo a lo bonzo por una deidad, soy su admirador, esclavo y siervo). Ortiz ha decidido morir mártir, y dejará su toga con puñetas y la institución llena de guano, pero guano enamorado. Quien pierda su vida profesional, su crédito por él, la encontrará en la otra vida, una vida ya de indultado, confiando en el apaño, el trapicheo condepumpidiano: Cada rueda dentada funcionando en un mecanismo engrasado para un único destino en lo universal.
Inmolarse, sí, como buen fiscal-kamikaze, como buen fiscal-shahid y para eso borra sus mensajes inconfesables con el presi, cambia de móvil, pero no de obsesión ni de cínica sonrisa. A sonreír y seguir pedaleando.
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En la película Un hombre para la eternidad, Cromwell aparece en su secuencia final como fiscal del proceso contra Tomás Moro. Moro pregunta al testigo clave -un trepa de manual-, que con su falso testimonio acaba de lograr llevarlo al patíbulo:
– “Alrededor del cuello lleva usted una cadena de oficial. ¿Me deja ver?”
Cromwell, explica a Moro:
– “Sir Richard ha sido nombrado Fiscal General de Gales.”
Tomás Moro le responde:
– “Sir Richard, ¿de qué le vale a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Pero si es por Gales…”.
Hay ejemplos magníficos de hombres públicos en quien fijarse cuando pintan bastos en la vida pública o ante los tribunales: Tomás Moro o Sócrates son buenas referencias. Aquí de lo que se trata es saber cuántas monedas de plata estamos cada uno dispuesto a recibir para traicionar nuestra dignidad. No estamos aquí para siempre. Hablábamos de teatro y de fiscales. “Por bella que haya sido la comedia, el último acto es sangriento” dice Pascal. No estamos en esta vida para siempre. Seamos profesionales, médicos, técnicos, docentes, operarios, periodistas… o fiscales con dignidad moral. Inmolarse para dañar y por un plato de lentejas es algo muy triste. La cuestión radical es saber por qué vivir y a quién amar…
¿De qué le vale a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?