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PENSANDO EN VOZ ALTA : ALZHEIMER

PENSANDO EN VOZ ALTA

ALZHEIMER

Recientemente, mi admirado Antonio Parra Sanz, ha dicho: «Lo peor de la muerte es que te convierte en pretérito imperfecto» y yo le respondo «… o presente continuo…».

Llevo muchos días, semanas diría, dándole vueltas en la cabeza a los muchos recuerdos -será cosa de la edad- que me acosan. La mayoría están relacionados con mi padre, fallecido el 27 de agosto de 1995, domingo, y desde entonces es constante la presencia de él. Es un presente continuo, todos los días entablamos una breve conversación… todos los días y presumo que así será hasta que me toque embarcar hacia la otra orilla.

Mi padre murió demenciado por la enfermedad que lleva a borrar todos los recuerdos, normalmente los más recientes, lleva al olvido nombres, rostros, cifras… todo lo cotidiano se vuelca al cajón de nunca jamás. Pero hubo, en mi progenitor, dos datos que no olvidó: La forma en que me nombraba, “Pacorro”, y el número de teléfono de mi despacho.

Había dos tipos de llamadas, invariablemente todos los días en que padeció el mal: Sonaba el teléfono, lo atendía… “dígame”, ¿Pacorro que haces?” “papá estoy dando una clase”, ”déjala, y vente conmigo” me respondía. También… “dígame”, “Pacorro ¿Dónde está mamá?”, le contestaba, siempre, “vuélvete” y lo oía decir… “está aquí conmigo”. Mi madre no lo dejaba ni a sol ni a sombra.

Como he apuntado, falleció en domingo, despuntando el día. Yo había pasado la noche acompañándolo en una habitación del antiguo Hospital Naval -fue militar de profesión-. No podía dormir y leí una novela titulada ‘Morirás en Chafarinas’ de Fernando Lalana. Llevaba ingresado desde el día 5 de dicho mes de agosto, por una serie de complicaciones orgánicas que le sobrevinieron. Pasó esos 22 días sin reconocer a nadie, incluso a mi mismo, pero sobre las seis de la mañana despertó y me miró, desplegando una maravillosa sonrisa de oreja a oreja, le saludé y le dije, dame un beso… me lo dio y nos abrazamos. En ese momento entró un enfermero, más grande que un día sin pan, a cambiarle un suero. Con los ojos muy abiertos, papá me preguntó quien era, y se lo expliqué. Al cabo de un rato, en el que estuvimos contemplándonos mutuamente, entró una enfermera… le tomó tensión y temperatura… me dijo que todo estaba normal, pero yo no las tenía todas conmigo… aquella “mejora” tan repentina me mosqueaba. Recuerdo que le dije: no se aleje mucho… me miró un tanto asombrada y me contestó… está todo bien, demasiado bien, le respondí. No había llegado al mostrador donde trabajaban, cuando papá comenzó a sudar y a tener unos temblores tremendos… la llamé y al llegar vio que, efectivamente, la mejoría era la que antecede a la muerte. Arribó el médico de guardia y nada pudo hacer… falleció en domingo, estuvimos juntos, al igual que lo estamos cada día… presente continuo.

Joaquín, así se llamaba mi padre, asombró a los neurólogos y psiquiatras pues en un año agotó todas las etapas de la enfermedad. Su deterioro fue asombroso. Era una persona educada a carta cabal, presumido, siempre bien vestido, amante de la justicia, nunca le escuchamos un taco ni una palabra mal sonante en casa… pues bien a raíz de la enfermedad, en algunas cuestiones, fue hacia atrás… soltaba algún taco que otro, se volvió un poco desvergonzado y algo gamberro. Un par de muestras:

Estábamos en casa, sentados tranquilamente viendo alguna película en televisión. Como no aguantaba las injusticias, si veía que alguien le pegaba a una persona… decía “¿nos metemos, nos metemos?” y lanzaba una zapatilla a la pantalla.

Otras veces íbamos por la calle y al pasar por algún banco, se paraba delante de un cajero automático, y volviéndose me decía “¿lo atracamos?” yo le contestaba “vamos” sacaba su tarjeta y me la entregaba… le preguntaba “¿cuánto atracamos?” y su respuesta era siempre la misma, pues los “atracos” tenían lugar justo a primeros de mes, y consistía enla cantidad que él entregaba a mamá todos los meses. Efectuado el “atraco” me decía muy serio que no se lo dijera a nadie. Al llegar a casa le comentaba a mi madre que en la cartera llevaba papá el producto del atraco… le tomaba la cartera, sacaba el dinero y se la devolvía. Siempre recordaré la mirada que D. Joaquín me dirigía entre asombrado y pícaro.

Mi desasosiego venía cuando él tenía algún momento, muy pocos, de lucidez. Una tarde se levantó de su sillón y pasó a una habitación contigua… se puso a rebuscar en un lugar concreto… yo sabía que buscaba. Fui tras él y le pregunté “¿Qué buscas?”, “la pistola, para pegarme un tiro… con lo que yo he sido, no me gusta verme así”. Lo tomé de la mano, diciéndole palabras de aliento y nos volvimos al sillón… de esa forma acababa la momentánea lucidez.

Pánico le tenía al hospital. Cuando teníamos que ir, siempre me decía lo mismo “no me dejes en el hospital”, lo tranquilizaba y se relajaba. Maldigo los momentos de lucidez dentro de esa terrible enfermedad que es el Alzheimer.

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